De la piel para dentro mando yo

Algunas de las últimas entradas han estado más o menos relacionadas con la llamada cultura del cannabis, esto es, el movimiento social alrededor de la legalización de las drogas. Un movimiento que, como todos los que no se corresponden con la dinámica clásica poder-contrapoder suele ser visto de forma despectiva por las partes implicadas en esta dinámica. Así, la cultura del cannabis se suele dibujar como un grupo de vagos que sólo quieren costo barato.

¿Y nosotros qué pensamos de la cultura del cannabis? De entrada, aunque no nos convence la expresión, vamos a tomarla como buena dado que es la que usa la revista Cáñamo, y tampoco vamos a ser más papistas que el papa. Lamentablemente, se hace necesaria una revista especializada en este tema toda vez que cuando hay drogas de por medio los medios de comunicación tradicionales se ponen unas anteojeras que ríete tú de las que usan cuando aparece Juan Carlos I, el rey simpático. Pero, como suele pasar con los medios, el comportamiento de éstos es más síntoma que enfermedad... la pacatería con la que se trata el tema de las drogas responde más a la pacatería general que a una conspiración. El debate sobre las drogas es España es inexistente. Y la cosa no tiene visos de mejorar, vista la polémica del botellón.

Según el informe del Observatorio Español sobre Drogas de 2004 el 11,3% de la población de 15 a 64 años ha consumido cannabis en los últimos 12 meses. Suponiendo (y es mucho suponer) que nadie se haya cortado a la hora de confesar al encuestador. De los 15 a 34 años el porcentaje es del 20,1%. Pues eso, lo que decimos siempre, "si es que todo el mundo fuma porros". Pese a todo, en lo que se refiere a políticas públicas, el tema de la marihuana es como el elefante rosa, que todo el mundo ve pero del nadie se atreve a hablar. Las campañas no se salen de lemas tipo "a tope sin drogas". Ahora los anuncios están muy currados y se supone que son inteligentes, lo que dejará tranquilos a los funcionarios de turmo. Pero siguen siendo una versión edulcorada de aquella historia de curas que vinculaba la masturbación con la miopía. Por más que las propias campañas incidan en la necesidad de informar, lo hacen con una tanta imparcialidad como Procter & Gamble informa de las cualidades de Mr. Proper.

Así, se cataloga a la drogas no por sus efectos, sino por su situación legal. El cannabis está en el mismo saco que la heroína, en un ejemplo de información fidedigna y honesta. El efecto de esta campaña de desalfabetización es el esperable: si comprobado empíricamente el efecto del cannabis no hay más gente que salte a las drogas duras es porque no nos creemos este estúpido cuento. Las tasas de consumo de drogas duras en España están entre las más altas del entorno, así que si de lo que se trataba era de evitarlo (objetivo de dudosa legitimidad), algo no esta funcionando.

Lo de la política represiva es harina de otro costal. Parece ser que las fuerzas de seguridad que pagamos entre todos no tienen nada mejor que hacer que putear a gente que consume una droga cuyos efectos secundarios sobre el resto de la sociedad son irrelevantes. Aunque, bueno, no sé qué cabe esperar de un país que descubre un día, indignado, que en Marbella se estaba robando.

Así, en doshermanitas no sólo reclamamos nuestro derecho a hacer lo que queramos con el cannabis (o con los geranios). También creemos que tratar a alguien que se fuma un porro como un delincuente peligroso es un abuso de autoridad intolerable, una aplicación desproporcionada de la fuerza pública más propia de los primeros años de la transición que de 2006. Que la criminalización del cannabis tiene efectos perniciosos sobre la forma en la que se consumen las drogas por la brutal desinformación que conlleva. Y que el combatir prácticas que, además de ser mayoritarias, sólo afectan a la esfera privada de cada cual es un absurdo, una rémora medieval.

El rollito bongos y exaltación porrera no es santo de nuestra devoción. No sé si por estética o porque nos hacemos mayores. En todo caso, es importante que la gente sepa no sólo que fumarse un canuto no es peor que tomarse un anís del mono (de hecho ya lo saben; un tercio de los españoles menores de 64 años le ha dado al peta), sino también que no nos queremos seguir escondiendo. El desfile del orgullo gay nos parece lo peor, pero no por eso nos importa quién se mete en la cama con quién.

El sábado nos vemos. Ladran, luego cabalgamos, decía Don Quijote, y eso mismo dice el número 100 de Cáñamo. Pues eso, que ladren.